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julio - agosto 2000
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Cine Hedy Lamarr, de Hollywood a la telefonía móvil
Cuando en enero murió, a los 86 años, la actriz Hedy Lamarr, no sólo desaparecía la estrella protagonista del Sansón y Dalila de Cecil B. DeMille. Esta dama, que se atrevió a desnudarse en un filme checo de 1933, inventó el "conmutador de frecuencias", luchó contra la aviación nazi y posibilitó la aparición de los móviles. De los camerinos a los misiles, con irresistible glamour.
Pero Hedy Lamarr era, además de todo eso, una mujer inteligente e imaginativa que detestaba su imagen encantadora, convencida de que "cualquier joven puede tener glamour, basta estarse quieta y parecer estúpida". Esa inquietud y talento, que ya se habían manifestado en su Viena natal (a los cuatro años, por ejemplo, se interesó por el funcionamiento del reloj de oro de su padre), le sirvieron a la postre para patentar numerosos ingenios, entre ellos un collar para perros con propiedades fluorescentes, una técnica de alisamiento del cutis y un sistema de control remoto de torpedos, invento que posteriormente ha sido aplicado tanto en la industria militar como en la telefonía móvil celular y que le reportó fama así como numerosos premios y reconocimiento. La misma vida de Hedy Lamarr
podría inspirar un típico filme romántico o de aventuras hollywoodiense. La
huida de un marido traficante de armas, para lo cual hubo de drogar a su
asistenta; su legendario desnudo en el filme checo Ecstasy; el proceso
emprendido contra la editorial que difundió una, según ella, falsa
autobiografía; sus seis matrimonios y correspondientes divorcios; las
mencionadas patentes de ingenios militares; los encausamientos por pequeños
robos en Drugstores y otros establecimientos, o las actuaciones no anunciadas en
un club de Greenwich Village donde cantaba sus propias Casada a los 19 años, en un matrimonio de conveniencia arreglado por sus padres, con el fabricante de armas Fritz Mandl, Hedy calificó posteriormente esa época como de auténtica esclavitud. Fritz era un filonazi despótico que había suministrado armas y municiones a las tropas de Mussolini durante la ocupación de Abisinia y que intentó infructuosamente hacerse con todas las copias existentes de la película en que su flamante esposa aparecía en cueros. Obligada a acompañar a su marido en innumerables cenas de negocios, Hedy tuvo que abandonar su incipiente carrera cinematográfica y cualquier otro tipo de actividad que no fuera el de simple comparsa de Fritz: así, por ejemplo, la actriz sólo podía bañarse cuando su marido estaba a su lado, acechándola. A pesar de ello, Hedy aprovechó las interminables cenas y reuniones en que escoltaba a Fritz y sus clientes y proveedores para escuchar y aprender algunos pormenores de la tecnología armamentística de su época, conocimientos que más tarde iba a aprovechar para idear y patentar, en los años cuarenta, la técnica de conmutación de frecuencias que le devolvería notoriedad en los últimos años de su vida. Su fuga rocambolesca de Italia a París primero (drogó, como se ha dicho, a su asistenta y se deslizó furtivamente por una ventana) y más tarde a Londres, le permitió viajar finalmente a Hollywood, donde Louis B. Mayer, mandatario de la Metro Goldwyn Mayer, le había de proporcionar un nuevo nombre (inspirado en el de una antigua actriz de la época muda, Barbara La Marr, muerta por sobredosis en 1926) y catapultarla al estrellato. Hedy Lamarr sucedía así a la rubia Jean Harlow en el firmamento hollywoodiense, encarnando un nuevo canon de belleza: el de la morena enigmática y elegante, exótica y sofisticada. Allí, pese a algunos sonados patinazos, como su renuncia a encarnar los papeles protagonistas de Luz de Gas y Casablanca (personajes que posteriormente habían de dar fama internacional a otra actriz europea: Ingrid Bergman), Hedy Lamarr intervino en más de una veintena de películas al lado de actores de renombre, como Clark Gable, James Stewart, Robert Taylor, Ray Milland y Spencer Tracy, obteniendo su mayor éxito con un clásico producto hollywoodiense: el Sansón y Dalila de Cecil B. DeMille.
A pesar de todo, Hedy no se desanimó y continuó dándole vueltas a alguna de las ideas que le rondaban por la cabeza. Una de las principales preocupaciones de la opinión pública respecto al conflicto, como manifestaría en una entrevista años más tarde, era el desequilibrio con que, más allá del Atlántico, combatían las aviaciones británica y germana. Así, mientras los aparatos ingleses entraban en territorio enemigo apenas habían abandonado la base y cruzado el canal, los aviones alemanes podían sobrevolar su propio territorio durante cientos de millas antes de llegar a la zona del conflicto. Hedy intuía que la fabricación de un misil teledirigido podía suponer una nivelación de la balanza, solución que el ejército americano no se atrevía a acometer, según algunos testimonios, por miedo a que las señales de control fueran fácilmente interceptadas o interferidas por los efectivos nazis. Una tarde, mientras estaba sentada al piano con George Antheil, Hedy tuvo la idea de aplicar alguna de las técnicas musicales de George al control remoto de los misiles de guerra (las distintas versiones difieren sobre este punto, habiendo quien sitúa la anécdota del piano más adelante, cuando Hedy y George resuelven aplicar la técnica de los rodillos). Una radioseñal emitida a una determinda frecuencia por las tropas americanas para controlar un torpedo podía ser fácilmente interceptada y bloqueada por el ejército alemán. ¿Por qué no emitir entonces a distintas frecuencias, una en cada intervalo de tiempo, y según una secuencia que pudiera variar en cada ocasión? La idea, que era simple, requería sin embargo una solución práctica. Para ello Hedy y George, que pasaron largas veladas sentados en una alfombra del recibidor de la mansión de Hedy simulando los distintos ingenios con cerillas y una cajetilla de plata, diseñaron un dispositivo inspirado en los rollos perforados de las pianolas y en las cacofonías de algunos experimentos musicales de George (en su famoso Ballet Mécanique 16 pianolas sonaban simultáneamente en una misma sala, sincronizadas por este tipo de mecanismo.) En el diseño final sendos rollos perforados eran incorporados a las estaciones de emisión y recepción, que podían así sincronizar y conmutar sus frecuencias (en inglés, frecuency hopping) de acuerdo con las instrucciones inscritas en los rollos. De este modo, cualquier intruso que intentara interceptar (o interferir) la señal no podría detectar más que un extraño ruido, perfectamente comprensible, sin embargo, para aquellos que tuvieran en su poder los rollos perforados con la precisa información de la secuencia acordada en cada caso. El 11 de Agosto de 1942, fecha en la que los Estados Unidos habían ingresado definitivamente en el conflicto, la patente era registrada en Washington con el número de serie 2.292.387, y poco más tarde, cedida al ejército norteamericano. En las imágenes que la documentan puede leerse la inscripción H.K Markey et al. Las iniciales H.K. son las de Hedwig Kiesler (Hedy Lamarr), siendo Markey su apellido de casada de la época. Poco tiempo después, el 1 de Octubre de ese mismo año, aparecía en el New York Times la primera mención pública del invento, a pesar de lo cual, y aunque nadie puso en duda el interés y relevancia del ingenio, las autoridades de la época no consideraron la posibilidad de su realización práctica debido a impedimentos tecnológicos. El propio George Antheil atribuyó el rechazo de su patente a algunas de las indicaciones que habían adjuntado en la documentación y que, dada su fuente de inspiración, se apoyaban en símiles musicales. Imagínense, había escrito, a un hombrecillo de Washington leyendo esas explicaciones y preguntándose cómo diablos iban a introducir una pianola dentro de un torpedo.
Como recompensa a la trascendencia de su proyecto inicial, y por iniciativa y empeño de David Hughes (investigador él mismo y animador de una serie de proyectos que en el seno de la Natural Science Foundation de EE.UU. han empleado técnicas de hopping), la Electronic Frontier Foundation otorgó el prestigioso EFF Pioner Award a Hedy Lamarr y, a título póstumo, a George Antheil en una ceremonia celebrada en San Francisco el 12 de Marzo de 1997 a la que asistió, en representación de la actriz (que por entonces vivía recluida en Miami), uno de sus hijos, Anthony Loder (un comerciante orgulloso del ingenio de Hedy y dedicado precisamente al negocio de la telefonía.) No fue éste el único reconocimiento oficial. En 1997 Lamarr y Antheil recibieron también el Bulbie Gnass Spirit of Achievement Award, así como una distinción honorífica concedida por el proyecto Milstar. Un año más tarde, en Octubre de 1998, Hedy recibió en Viena (su ciudad natal) la medalla Viktor Kaplan otorgada por la Asociación Austriaca de Inventores y Titulares de Patentes. Finalmente, en el verano de 1999, el Kunsthalle de Viena organizó un proyecto multimediático, que incluía una retrospectiva de su carrera cinematográfica, en homenaje a una de las actrices e inventoras más singulares que ha conocido el siglo. Según se dice, cuando le comunicaron a Hedy la concesión del premio de la EFF, ésta se quedó impertérrita y exclamó, escuetamente: "it's about time". Francesc Comellas (Olesa de Montserrat, 1954) y Javier Ozón (Barcelona, 1970) son profesores del Departamento de Matemática Aplicada y Telemática de la Universitat Politécnica de Catalunya y miembros del grupo de investigación de Combinatoria y Teoría de Grafos. |
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